jueves, 25 de agosto de 2011

Nunca te dije que me casaría contigo

Son las 4 de la madrugada. Marcela y yo estamos sentados en el césped, húmedo por la caída del rocío. Tenemos la mirada fijada al frente, donde se despliega un frondoso bosque que invita a perderse en él. Camino a la reserva natural en la que nos encontramos ahora, hemos visto algunos ciervos y águilas. Ahora,  la noche hace imposible distinguir nada alrededor excepto las luces de la carpa donde los novios bailan con los invitados a la boda. Desde nuestra posición llega amortiguado el sonido de la banda que ameniza la velada. Los acordes de los músicos se entremezcla con el chirriar de los grillos y el ulular de algún búho, que probablemente nos observa desde el bosque.


- ¿Y vos, cuándo te casás? -me pregunta Marcela, inocente. La pregunta no es trivial. Acabo de confesarle que este año la he echado de menos en un par de ocasiones. Se mudó a otra ciudad y ahora, cuando llegan los conciertos, no tengo nadie con quien ir. Ella ha sonreído y entonces me ha preguntado por mi boda.
- Pues está la cosa difícil -le respondo, evaluando si debo confesarle cómo ha cambiado mi vida en mis últimos meses. Finalmente, el alcohol que recorre mis venas me proporciona la dosis de valentía necesaria para lanzarme- Las cosas son más difíciles de lo que parecen. Hace algún tiempo que lo dejé con Cris porque sentía que ya no estaba enamorado de ella y ahora no tengo pareja... 

Parece impresionada por mi respuesta, pero lo disimula bien:
- No sé qué pasó pero estoy segura de que no tendrás problemas en encontrar a otra persona -Me río, nervioso, antes de que ella me lance su aguijón envenenado.- Yo creo que vos podrías estar con quien quisieras. Si todos los hombres fuesen así, las mujeres se pondrían en cola para casarse con vos. Lo digo en serio. Sos realmente encantador: sensible, tierno, atento, inteligente, tenés buen sentido del humor... 
- Para ya, por favor -le digo. Y dejo que el silencio entre ambos haga las veces de sincero agradecimiento. 

Noto entonces la presencia de Aitor, que llega hasta nosotros con con un martini en la mano. 
- ¡Hey, chicos! -nos grita- ¡Vamos a bailar con la novia! ¡Que no decaiga la fiesta!

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