miércoles, 26 de octubre de 2011

Cancion: Naufragio entre los dedos

Hace poco escribí en mi gastada libreta roja: "Las canciones de Pau Donés son una putada porque describen perfectamente cómo me siento la mayoría de las veces". Está claro que ese sentimiento no solo me lo inspiran las canciones de Jarabe de Palo. Pero venía de escuchar uno de sus discos en el coche y me sentía impotente. Sentía que la mayoría de aquellas canciones hablaban de mí... 

Sé que componer buenas letras es, en parte, el trabajo de un cantautor. Pero eso no les resta un ápice de mi admiración. Yo soy torpe con las palabras y me considero incapaz de componer algo decente. Además, soy un negado para la música y ni siquiera sabría aporrear un tambor con ritmo. Pero tengo amigos que sí han hecho sus pinitos musicales y en estos días he rescatado un cd suyo que creía perdido (quisiera aclarar que una de las canciones de este cd lleva por título "Instrumental de lo que nunca te dije" e inspira el título de este blog). Ciertamente, el sonido no es de mucha calidad. Pero creo que las canciones suenan como han de sonar las cosas que se hacen desde el corazón: escasas de forma, y llenas de fondo. 

De entre todas las canciones, me gusta mucho una canción llamada "Acuarela de mi fe" por la voz aguda que aparece en mitad del estribillo y dice de fondo: "prefiero naufragar en la ternura que ahogarme en la evidencia de que no te tengo cerca". La frase me parece brutal y hace que merezca la pena el resto de la canción...

La canción que cierra "Nueve razones para..." (que es el título del cd) se llama "Todos tenemos el mar"  y es una colaboración con el dúo Sortilegio, que canta esa misma canción con José Antonio Delgado, Nacho Artacho y Pablo Ramírez en la cafetería Harem de Málaga en este video de youtube (casualmente, estuve hace poco en Málaga y fui a esa tetería).

El caso es que esta mañana, mientras investigaba un poco sobre qué ha sido del dúo Sortilegio, he dado con una canción que me ha gustado también mucho y quería compartirla (rompiendo quizás la temática de mi blog en las últimas semanas). La canción se llama un Naufragio entre los dedos..


Y la letra dice así:

Tengo acaso una pregunta, un ocaso que derrumba, un biorritmo que lo mismo late en el presente acompasado. Tengo el futuro no muy claro, claro que nunca pierdo el ritmo de los pies, aunque lo mismo es que se desbocaron por bailar lo desandado y desatarme los bordones que repiten las canciones que aún no he imaginado.

Tengo una brújula en el pecho que señala el primer verso, aunque a veces se equivoca, me desarma nota a nota. Caigo a veces en la duda y me levanto casi a oscuras, no recuerdo si hubo luz primero, o si el tiempo de esperar pasó y me dejó una tempestad mayor, un naufragio entre los dedos.

No me importa dónde sueño si amanezco entre tus brazos, desterrarme de mis tierras, porque tú eres mi patria. No me asusta la marea si son tus aguas las que nado, bucear en lo profundo y en lo deseado, beber de la inmensidad de la luz cuando se filtra en el océano del tiempo. Éste es mi Sortilegio.

Tengo una brújula en el pecho…

lunes, 24 de octubre de 2011

Tic, tac

Tic, tac. El corazón se me acelera. Las manos me tiemblan. Empiezo a tener ganas de mandarlo todo a la mierda. Tic, tac. Tic, tac. No puedo hacerlo. No. No puedo. Ni debo. Tic, tac. Es imposible. Tic, tac. ¿Es que no queda otra salida? ¿Estoy condenado a escribir el puto final? Tic, tac, tic, tac. Es culpa mía, ¿verdad? Esta incapacidad para saber gestionar lo que siento... mi incapacidad para ir hacia adelante... Tic, tac... ¿Es rabia? Tic, tac. Tic, tac. ¿Qué coño es? Tic, tac, tic, tac, tic, tac... En serio ¿Qué coño es esto?... Tic...

sábado, 22 de octubre de 2011

Lluvia

Ayer me acerqué a ella y tuve miedo de arañarla. Sigue siendo una pequeña muñeca de porcelana, que merece parte de mi atención. Es un juguete que juega conmigo, pero que vive sus propios sueños. Es un juguete al que acarician unas manos ajenas, que envidio porque nacen de mi obsesión y me resultan invisibles. Ella es un juguete demasiadas veces roto y reconstruido, al que no puedo agitar con mis manos para que despierte. No quiero romper sus huesos de cristal. No quiero dañar su armadura de hojalata. Y mi despertar me basta para seguir muriendo. Para seguir creyendo que un día, no muy lejano, todo habrá terminado y mis ilusiones se habrán diluido entre el agua de esta lluvia que ahora moja mis pies descalzos. Ojalá esta lluvia haga renacer el aire que ahora me asfixia. Aunque el agua siempre cae sobre los corazones mojados.

viernes, 21 de octubre de 2011

Ahora

Ahora que el verano ha pasado y los mareos remitieron
Ahora que los recuerdos persisten más vivos que muertos
Ahora que la culpa no pesa ni existe el silencio

Ahora que los monosílabos duermen y renacen los miedos
que vivimos húerfanos de amores y que tu risa es mi anhelo
Ahora que la risa dibuja en tu cara de bruja el mayor de los deseos...

Yo ahora te pregunto: ¿no es todo mejor ahora?

miércoles, 19 de octubre de 2011

Los perdedores van al fondo del río




“Considero al acusado culpable de falta de autoestima”, dijo el fiscal muy serio.

Acto seguido comenzó a pasearse por la sala, mirando a sus lustrosos zapatos de cuero negro. Con parsimonia, el fiscal preparaba su alegato final, dispuesto a ganarse el favor del jurado.

“Lo culpo por falta de dignidad, porque no entiende que su dolor es tan valioso como el dolor ajeno. Y lo culpo también porque vive en una mentira y si él mismo no es capaz de reconocerlo, lo culparía también de cobardía.”

Después de un breve silencio, el fiscal continuó:

“El acusado ha de asumir su decepción. Debe poner distancia para que su día a día deje de resultarle doloroso. Porque la sensación de estar defraudado no desaparecerá jamás. Y pensar como hasta ahora, es sinónimo de vivir mascando cicuta.”

Fue entonces cuando el acusado tomó la palabra y trató de defenderse, rememorando el pasado y los buenos recuerdos, pero el juez puso orden en la sala y ordenó silencio. Cuando tuvo de nuevo la palabra, el fiscal concluyó su perorata:

“Coincido con el acusado en que no será sencillo. El camino que ha de atravesar será, sin lugar a dudas, difícil de soportar. Pero el acusado debe entender que cualquier recuerdo del pasado es ahora papel mojado. Y créanme que lo siento mucho, pero los perdedores deben ir al fondo del río”.

lunes, 17 de octubre de 2011

Otros pueden tener razón

Empiezo a pensar que me toman por tonto. Y la sensación no es agradable.

Mucha gente me lo ha advertido: el camino que sigo en esta vida es el erróneo. Quienes me quieren, así me lo hacen ver. Me han aconsejado que abandone esta senda, que no siga insistiendo en repetir los mismos errores una y otra vez. Han llegado a decirme que las circunstancias, y las personas que la rodean, juegan conmigo (aunque probablemente lo hagan desde la inconsciencia del dolor que me causan). Yo he ignorado hasta ahora  todos esos consejos. He prestado oídos sordos a quienes me hablan así. Soy paciente con ellos y trato de aleccionarle de sus errores.  Insisto en mostrarles las señales contradictorias que me ofrece la vida y les hago ver la bondad del universo.

Ahora empiezo a plantearme que quizás lleven razón. ¿Y si esas señales que me animan a despertar cada día  surgen únicamente del deseo de inventar lo que no existe? 

Quizás ha llegado la hora de luchar contra mi naturaleza para sobrevivir a la indiferencia ajena. Quizás es hora de que el pequeño príncipe deje de regar su rosa...

domingo, 16 de octubre de 2011

Escena I: Palacio de Samara


El zar ruso, Alexandrei Povlorov, había permanecido sentado toda la tarde junto al gran ventanal de su palacio de Samara. Alexandrei solía disfrutar allí de sus domingos. Al candor de la chimenea, acompañado siempre de una taza de café colombiano, Alexandrei repartía su tiempo entre la lectura de novelas clásicas, la introspección y las furtivas miradas al río Volga. 


Desde su cómoda butaca el zar disfrutaba también de una privilegiada visión de los jardines del palacio. Por ellos paseaba esa tarde la joven Katerina que, ajena a las inclemencias del tiempo, interrogaba sobre sus dudas a los abedules nevados. 

El zar había amaba a Katerina. La quería como nunca había querido a nadie. Pero nunca se había atrevido a confesarle su amor porque intuía que Katerina estaba enamorada de otro. Y por eso lo mejor era guardar silencio. Alexandrei leyó una vez que en eso consistía el verdadero amor. En respetar el sentimiento ajeno y desear  la felicidad de la persona amada, por encima de la propia. El zar también había leído una vez una entrevista a un famoso pianista, que al ser interrogado sobre su pasión por la música confesó que no puede explicarse lo que no se ha experimentado. Y si el pianista no podría explicarle al periodista qué sentimientos le inundaban cada vez que sonaba una melodía, él tampoco podría explicarle a Katerina el amor que por ella sentía. 

jueves, 13 de octubre de 2011

Carta ausente

Persona ausente,

Quería escribirte pero no sé bien qué decirte.

Intuyo que no va a servir de nada hablarte y explicarte lo que siento. No va a servir de nada que describa lo que me hiciste sentir, ni tiene sentido que mi mente viaje al pasado, para rememorar las caricias de aquel otoño que compartimos. Es inútil que te diga cuánto te añoro, o que te confiese que cuando tomo café, cada tarde, pienso en ti, en tu mirada llena de luz que me desnudaba y me invitaba a poseerte una y otra vez. 

No merece la pena volver a aquellos días porque recordarlos resultará infructuoso ya que mis palabras no te hará despertar, ni disminuirá el dolor de tu ausencia, ni acortará la distancia que ahora nos separa. No... No va a servir de nada hablar de todos eso... Ni va a servir de nada esta carta...  O quizás sí que sirva para estropear las cosas y acrecentar mi dolor.

miércoles, 12 de octubre de 2011

De qué hablo cuando hablo de amor


Con una sola caricia
te hago brillar con todo tu resplandor 
Paul Eluard (El amor y la poesía)
  
Ha sido un día duro, lleno de reuniones intrascendentes. El balance no cuadra. A la cuenta de pérdidas y ganancias le sobra uno de sus nombres y en el debe de la empresa hay más de lo que debiera haber. Tu jefe, incapaz de percibir su incompetencia en todo el asunto, insiste en crear espíritu de equipo. Os alienta a todos a seguir con la auditoría, evidenciando que no le importa tu retraso. Lo importante para él es que todos saquéis la situación adelante, insiste, y entonces emplea una jerga sobre motivación que ni siquiera él comprende. 

De camino a casa, el tráfico es denso. Estás parado en el enésimo semáforo y piensas, de repente, que quizás ese coche averiado forma parte del inmovilizado material del que hablaba tu jefe. Sonríes ante tu estúpida broma. Luego reinicias la marcha.

Por fin llegas a casa. Ahí está ella: sentada en el sofá, viendo las noticias. Aflojas el nudo de la corbata y le das un beso. Es el mejor momento del día. El momento en que puedes contarle lo que has hecho y en el que ella te cuenta cómo se han dado sus clases en el colegio. Te gusta que te sonría mientras lo hace. Te gusta que critique a esos pequeños demonios, porque sabes que anhela tener uno que contigo, y te gusta también que suspire cuando habla de sus agobios, de sus miedos. 

Es la misma rutina de todos los días, pero es una rutina que te hace feliz. Es una rutina que necesitas: las bromas mientras cocináis juntos, la estúpida discusión sobre qué serie ver esa noche, la asignación de tareas para el día siguiente y el abrazo tierno del sofá, acompañado siempre por la súplica de un masaje en los pies. Eso es para ti el amor. Llegar a casa y encontrar en ella un oasis. Abrazarla cuando estás cansado, tocarla cuando sientes que has perdido el norte, susurrarle al oído las buenas noches, cuidarla cuando estás enferma, fotografiar su cuerpo desnudo en las madrugadas de sexo salvaje, leer un libro a su lado cada mañana y fantasear sobre el devenir del mundo... 

martes, 11 de octubre de 2011

Nunca te dije que hay diferencias

Hay una diferencia entre compartir uno de tus días felices y propiciarlos.

Porque cuando compartimos uno de tus días felices, reímos juntos, bromeamos juntos, saltamos juntos, gritamos juntos, criticamos juntos... Pero cuando esos días felices los propicio yo, me siento el rey del mundo: porque sé que ríes por mí, bromeas por mí, saltas por mí, gritas por mí...

y entonces, cuando sueño, 
imagino una guerra de almohadas 
y siento que tu cuerpo 
está enredados entre mis sábanas. 

Pero hay también una diferencia entre compartir tus días tristes y propiciarlos.

Porque cuando los compartimos, escucho tus silencios, temo tus respuestas, controlo cada uno de mis pasos, y soy cauteloso al acariciar tu cuerpo... Pero cuando esos días los propicio yo, me siento triste, incomprendido y desolado....

y entonces, cuando pienso,
 quiero alejarme del dolor que te causo
y pienso que estarías mejor sin mí
sin compartir conmigo tus días felices. 

sábado, 8 de octubre de 2011

Amistad

Esta mañana, después de un cruce interesante de frases en Facebook, he pensado sobre la gente que desaparece en nuestra vida, sobre la cantidad de gente que está siempre y a la que a veces no le prestamos atención. Una de las frases que me ha invitado a reflexionar decía así:

No te preocupes por las personas de tu pasado, hay una razón por la que no están en tu presente y por la que no llegarán a tu futuro.

Había otras frases que me han parecido interesantes. Una de ellas hablaba continuar hacia delante a pesar de las dificultades, otra sobre la gente perfecta (que no existe) y una última, dolorosa de leer, decía:

No dependas de nadie en este mundo, porque hasta tu sombra te abandona cuando estás en la oscuridad.

Yo no creo en las verdades absolutas. Tampoco en las cadenas ni en las frases tópicas o hechas, aunque reconozco que quizás esas frases encierran parte de verdad (o quizás no, no lo sé... ¿ya he dicho que no hay verdades absolutas?).

De mi vida ha desaparecido gente que ni me va ni me viene. Como he tenido que emigrar, he vivido la lejanía de amigos que luego no he recuperado (en parte porque no he hecho nada por recuperarlos). También me he alejado intencionadamente de otros a los que me he reencontrado (con alegría) más tarde. Supongo que a todos nos ocurren esas cosas. Supongo que a ese tipo de decepciones y vivencias se les llama madurez. Pero a mí marcharme de casa me sirvió para priorizar muchas de mis relaciones y alejarme de ambientes que me pesaban y personas que no me aportaba demasiado.

Conforme han pasado los años he tenido todo tipo de experiencias. He conocido a gente que se ha abierto a mí sin yo esperarlo. He tomado cafés interminables con personas mayores que yo, que han reflexionado conmigo sobre teología y literatura. He compartido madrugadas y confesiones con personas a las que nunca les he visto la cara. Y he experimentado un tipo de amistad alejado de los cánones de amistad infantil. Ahora no se me ocurriría prescindir de esas personas o alejarme de ellas porque he aprendido a compartir con muchas de esas personas lo que ocurre en mi vida.

Por eso podría decir que actualmente tengo muchos amigos. Cada uno de ellos lo es a una escala distinta. Y estoy feliz por lo que me aportan. Conozco a gente a la que puedo llamar una tarde para invitarlos a un café y terminar abrazándome a ellos. Y conozco a gente a la que puedo llamar para jugar a juegos de mesa. No todos son amigos íntimos (esos se cuentan con los dedos de una mano), pero todas esas personas me aportan cosas. Y no quiero que esas personas se vayan jamás de mi vida. Aunque me hayan hecho daño de forma puntual, o hayamos discutido mil veces (recuerdo un verano, cuando tenía 14 años, que recibí una vieria como regalo de reconciliación de quien es mi mejor amigo). Todas esas personas me aportan cosas y no sé si las trato bien. Porque yo sé que las tengo, pero no a todas les demuestro que me tienen a mí. 

(A mi hermana, por compartir su vida conmigo)

miércoles, 5 de octubre de 2011

Haiku y más

De no estar tú
demasiado grande
sería el bosque 

- Kobayashi Issa - 


Me gusta oír tu voz. Y disfruto cuando, en medio de las prisas, 
me regalas el sonido quedo de tu risa.

martes, 4 de octubre de 2011

Nunca te dije que te engañas


Acumular mentiras no va a servirnos demasiado así que me permitiré el lujo de confesarte lo que pienso de realmente ti: estás repleta de errores que ignoras. Y lo peor no es que los desconozcas, no. Lo grave del asunto es que esos errores son tan evidentes que tu incapacidad para verlos me deja estupefacto.

Reconoces tener fallos (todos los tenemos). Dices estar repleta de defectos (¿y qué?). Lo importante es que ignoras lo esencial. Por eso no aciertas a rehacer tu vida. Porque careces de la habilidad primitiva para reconocer la ley que gobierna los estados de ánimo ajenos. Y sin esa habilidad nunca podrás salir del profundo pozo en que te encuentras.

Estás perdida porque miras en la dirección equivocada. Te miras a ti una y otra vez, pero crees que interpones la felicidad ajena a la propia. ¡Vaya modo de engañarse! No entiendes nada (y jamás entenderás nada). Eres incapaz de mostrar verdadera delicadeza en el trato o verdadero interés por entender a los demás (o por saber lo que hacen y lo que siente...). Por eso caerás una y mil veces. Te engañarán hasta decir basta (¿O es que acaso no has iniciado ya una nueva caída?) 

En fin, disculpa que me tome estas licencias pero alguien tenía que decírtelo (aunque sé que no te darás por aludida porque jamás leerás esto).

lunes, 3 de octubre de 2011

El junco y el roble


Túmbate. Cierra los ojos. Acompasa tu respiración y deja que mi voz penetre en tus oídos. Esta noche no existe nadie. Estamos solo tú y yo. Y tendremos junto a nosotros una bonita historia. He venido desde lejos para traértela. Es un cuento que me regalaron hace poco. Lo guardaba con recelo hasta este este instante. Ahora siento la necesidad de compartirlo contigo.

Todo sucede a la orilla de un río, donde había un junco y un roble. El roble siempre se vanagloriaba de su fortaleza, de que nada podía moverlo, de que era cuasi invencible. El junco era más humilde y no decía nada. Sólo asistía como espectador a las autoalabanzas del roble. Un día llegó una tormenta muy, muy fuerte. El roble, confiando en lo imbatible que era y en que no podía ser movido ni penetrado de ninguna forma, se quedó bien agarrado a sus raíces y no se movió. El junco, en cambio, al ser más delgado, se torcía a placer del viento. Cuando el viento y la tormenta arreciaron el roble se partió y el junco resistió los envites de la tormenta hasta amainar.


La moraleja, según me dijeron, es que merece más la pena ser flexible, como un junco, y aceptar los cambios del viento, que ser como un roble, que en tiempos difíciles se romperá.

Yo me siento como el roble. Me vanaglorio de mi fortaleza, y creo estar preparado para adaptarme a los cambios. Pero asisto impotente las embestidas del viento, incapaz de asimilar que jamás podré cambiar. Pero tú deberías ser el junco. El viento ha cambiado ahora, pero eso no significa demasiado. Simplemente la vida va de una forma distinta. Merece la pena que te adaptes, que te des cuenta de que las cosas no son como antes y que lo aceptes. Luego el viento cambiará de dirección, y ya vendrán buenos tiempos. Disfrútalos mientras se parte mi tronco.

(Foto: mauremys)

sábado, 1 de octubre de 2011

Nunca te dije que siento necesidad de abrazarte

Sabes que me gustaba acercarme a ti cuando estabas distraída. Me encantaba llegar y sorprenderte, abrazándote por la espalda. Era reconfortarte ver cómo te girabas -tu cabeza a la altura de mi barbilla- y me sonreías. Te brillaban los ojos. Era como si nada fuese a pasar nunca, como si no fuese a existir jamás el desamparo en nuestros corazones. 


Ahora sigo queriendo abrazarte. Han pasado muchas cosas pero al verte solo pienso en acercarme hasta ti y cerrar los ojos mientras nos acariciamos. Cuando hablamos, cuando te tengo frente a mí y veo tu rostro cansado, siento la necesidad de apretarte fuerte. Sí. Tengo la necesidad de abrazarte muy muy fuerte. La necesidad de aspirar tu perfume. Quiero apoyar mi cabeza en tu hombro y llorar. Siento necesidad de llorar junto a ti. Y siento necesidad de que llores. Quiero que nuestras lágrimas se mezclen y hagan el amor.