Acto seguido comenzó a pasearse por la sala, mirando a sus lustrosos zapatos de cuero negro. Con parsimonia, el fiscal preparaba su alegato final, dispuesto a ganarse el favor del jurado.
“Lo culpo por falta de dignidad, porque no entiende que su dolor es tan valioso como el dolor ajeno. Y lo culpo también porque vive en una mentira y si él mismo no es capaz de reconocerlo, lo culparía también de cobardía.”
Después de un breve silencio, el fiscal continuó:
“El acusado ha de asumir su decepción. Debe poner distancia para que su día a día deje de resultarle doloroso. Porque la sensación de estar defraudado no desaparecerá jamás. Y pensar como hasta ahora, es sinónimo de vivir mascando cicuta.”
Fue entonces cuando el acusado tomó la palabra y trató de defenderse, rememorando el pasado y los buenos recuerdos, pero el juez puso orden en la sala y ordenó silencio. Cuando tuvo de nuevo la palabra, el fiscal concluyó su perorata:
“Coincido con el acusado en que no será sencillo. El camino que ha de atravesar será, sin lugar a dudas, difícil de soportar. Pero el acusado debe entender que cualquier recuerdo del pasado es ahora papel mojado. Y créanme que lo siento mucho, pero los perdedores deben ir al fondo del río”.
ídolo
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