Acumular
mentiras no va a servirnos demasiado así que me permitiré el lujo de confesarte
lo que pienso de realmente ti: estás repleta de errores que ignoras. Y lo peor no
es que los desconozcas, no. Lo grave del asunto es que esos errores son tan
evidentes que tu incapacidad para verlos me deja estupefacto.
Reconoces
tener fallos (todos los tenemos). Dices estar repleta de defectos (¿y qué?). Lo
importante es que ignoras lo esencial. Por eso no aciertas a rehacer tu vida. Porque careces de la
habilidad primitiva para reconocer la ley que gobierna los estados de ánimo
ajenos. Y sin esa habilidad nunca podrás salir del profundo pozo en que te encuentras.
Estás perdida porque miras en la
dirección equivocada. Te miras a ti una y otra vez, pero crees que interpones la
felicidad ajena a la propia. ¡Vaya modo de engañarse! No entiendes nada (y jamás entenderás nada).
Eres incapaz de mostrar verdadera delicadeza en el trato o verdadero interés por entender a los demás (o por saber lo que hacen y lo que siente...). Por eso caerás una y mil veces. Te
engañarán hasta decir basta (¿O es que acaso no has
iniciado ya una nueva caída?)
En fin, disculpa que me tome estas licencias pero alguien tenía que decírtelo (aunque sé que no te darás por aludida porque jamás leerás esto).
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