jueves, 29 de diciembre de 2011

Despedidas cuando llegas tarde (o de cómo no se quiere bien)

Si yo fuera tu asesino, conmigo nunca tendría clemencia
y me condenaría a muerte: que es condenarme a tu ausencia
(Amo tanto la vida, Ismael Serrano)

La historia de uno de los primeros relatos de ficción que escribí tenía lugar en una estación de autobuses. El relato era breve y conciso. Describía los pensamientos y reflexiones de pasajeros y paseantes. Por entonces, yo escribía relatos breves y concisos. Escribía relatos imaginarios y no era prisionero mí mismo. No me cuestionaba cada frase, ni trataba de encontrar la forma perfecta para llegar al fondo de lo que sentía. Era la época en que me engañaba con ilusiones de adolescente pensando que tenía cierto talento para la escritura. 

Ahora escribo post (que siempre juzgo demasiado largos) y escribo a veces sin saber por qué. Pero soy consciente de que cuando tengo que coger un autobús, o un tren, o un avión, suelo ir con la hora pegada en el culo. Voy tarde a las estaciones, como voy tarde a las citas o a casi cualquier situación u oportunidad que me ofrece la vida. Y creo que me gusta ir tarde a las estaciones porque me gusta sentir el vértigo de la improvisación y evitar las despedidas. Sí. Es eso. Creo que ya tengo bastantes cosas planificadas en mi vida diaria como para planificar también mis despedidas.

Quizás el verdadero problema es que odio las despedidas. Eso de estar frente a la persona que quiero y decirle que voy a echarla de menos, me supera. Y me siento incómodo diciéndole que la quiero mucho, y que cuando se vaya estaré perdido, y que por eso no quiero que se marche, porque soy egoísta y no quiero sentirme solo, ni quiero que ella se vaya y se sienta sola. Esa es la verdad: odio que la distancia física nos separe, que nuestros universos paralelos solo se solapen durante un tiempo: hasta que se rompen las ilusiones y llegan las despedida... 

En fin... Que no sirvo para las despedidas. Porque cuando estoy en una estación, no sé decirle a la persona que tengo frente a mí que me gustaría estar siempre con ella, porque es importante para mí, porque estando a su lado siento que soy mejor persona y que los buenos momentos que compartamos compensarán con creces (y para siempre) los malos... no sé explicarle a esa persona que disfruto cuando reímos y cuando hago el tonto y se ríe con mis bromas... ni sé cómo explicarle que nadie como ella sabrá acurrucarse así de bien a mi lado en el sofá... porque nadie sabrá conversar así conmigo, ni sabrá nadie  cómo acariciar mi cuerpo para sobrellevar mi insoportable levedad.

Me han dicho que llevo un ritmo demasiado ajetreado. Y reconozco que muchas veces he ido acelerado por la vida. Pero muchas veces lo he hecho para aprovechar la inercia de la felicidad, la locura del Carpe Diem y la embriaguez de mis elucubraciones calenturientas. Muchas veces he ido acelerado por la vida para evitar un adiós. 

Pero uno no siempre logra lo que se propone. Así que no siempre he podido  evitar las despedidas. Y muchas veces me he visto en estaciones o aeropuertos, abrazando a gente entre lágrimas, porque no sabía cómo podía transmitir mis sentimientos. Hasta que hace dos días me (re)encontré con esta canción, que habla de una despedida. La canción no es importante para mí porque trate de despedidas. Hace ya tiempo que me convencí de que la única despedida real es la muerte. Y yo nunca me he planteado morir (al menos no de momento). 


El caso es que la canción es importante para mí porque habla de la incapacidad de saber amar. De la incapacidad de saber transmitir de forma adecuada un sentimiento. Y muchas veces me planteo si quiero correctamente a la gente que me rodea... Porque quizás amo equivocadamente. Pensando que debo pensar en el otro, para satisfacerlo y complacerlo. Olvidándome de mí mismo... Y eso no es bueno para nada. Porque es estar equivocado y porque amar así no es amar bien. Pero tengo ese defecto y no sé cómo puedo vencerlo. Y quizás sea verdad eso que dijo una vez mi madre: y callo demasiadas cosas. Pero cuando lo voy a cambiar, siempre pienso que si no no sirvo para las despedidas, ni siquiera serviré para la vida. Porque si la despedida es el momento del último adiós, en el que debes decir todo lo que piensas de veras, y yo muchas veces lo callo o lo evito... cómo coño voy a ser capaz de amar de verdad... Así que ahora pienso que no llevabas razón cuando me dijiste que yo había sabido quererte... Porque ahora sé que no he sabido. Y no sé si sabré...

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