Pensaba que la muerte es un estado en el que nada te afecta. Pero
no es cierto. Puedes estar muerto y seguir sufriendo. La guillotina ya cortó tu
cabeza, eso es verdad. Pero el espectáculo ha de continuar. Tuviste mala
suerte, o Dios no se acordó de ti ese día, o hiciste algo mal en tu vida pasada. Nadie sabe los motivos. En realidad no importan. El hecho es que te tocó un verdugo cruel, un
profesional del sufrimiento aleccionado para ignorar el significado de la
misericordia. Se limita a hacer su trabajo con aparente indiferencia. No es
compasivo ni clemente. No atiende a súplicas ni ruegos. Ni siquiera detendría
su tortura si lo mirases directamente a los ojos y, buscando en tu interior el
último aliento de vida (que ya no existe) pudieses gritarle desesperado que te rindes. ¿A quién le importa? A él no. Su formación le
permite ignorar todas tus palabras. El martirio va a continuar inexorable hasta que el show alcance su punto cúlmen: el momento en que tu verdugo se burle de tu muerte.
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