martes, 8 de noviembre de 2011

Caerse

Te has caído. No sabes cómo ha sucedido pero estás en el suelo. Entonces alguien se acerca a ti y te tiende su mano. No reconoces su cara. ¿Quién es ese señor? ¿Y por qué la gente te mira así? Te levantas desorientado. Una joven rubia te da un sombrero y se aleja. Es tu sombrero. Ha debido de caérsete en algún momento. Tiene usted la chaqueta manchada, señor, escuchas que dice alguien. Te sacudes mecánicamente con un par de golpes secos. Y piensas: qué hacía yo en el suelo. Y piensas: debo estar hecho un desastre. Y piensas: ya no valgo para nada. Y te avergüenzas. Te imaginas en el espejo. Eres solo harapos. La camisa  está por fuera. El pantalón conserva las huellas de la caída. ¿Por qué te ocurren estas cosas últimamente? Y entonces miras la cadena de una virgen, que tienes en tu mano. No has dejado de apretarla en ningún momento. Ves que llega el autobús. Te cuesta caminar, pero llegas hasta la puerta. El conductor ha sido muy amable al esperarte esta vez. No todos lo hacen. Subes el escalón con dificultad. Te duele el cuerpo. Te has caído y no sabes cómo ha sucedido. Deben ser las piernas. Sí. Las piernas empiezan a fallarte. Logras sentarte en un asiento del autobús. Queda un camino largo hasta la casa de tu hija. Un camino largo para pensar. Y piensas que tienes 70 años. Y piensas que eres torpe. Y piensas que estás hecho un desastre. Y piensas que la gente te mira de un modo extraño. Y piensas que quieres llorar. Pero eres un hombre mayor y los hombres mayores no lloran. 

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