viernes, 27 de enero de 2012

Nunca te dije que todos damos algo

A veces tiene uno la sensación de que una relación se rompe cuando las partes desequilibran la balanza del dar y el recibir. Y se rompe quizás cuando uno de los miembros intuye que no da lo suficiente. O cuando darlo le cuesta más de lo habitual. 

A veces tiene uno la sensación de que da mucho en su día a día a otras personas de su entorno. Al menos así lo siente cuando, al caer la noche, evalúa las acciones de la semana y los gestos de cariño le resultan inagotables. Porque a una conversación le sigue otra. Y porque a una imagen en movimiento le sigue una serie de coñas. Son bromas que despiertan sonrisas y alienta recuerdos. Son gestos hechos fotografía o en forma de verso o de texto, que acaban transformados en un abrazo y en aliento.

A veces uno tiene la sensación de que los demás valoran esos gestos. Y cree incluso que los demás le dan demasiada importancia a no corresponderlos (a veces, quienes son depositarios de nuestros gestos se pueden sentir tan mal que se sienten incluso "culpables" de recibirlos). El problema es que quizás no saben que todos esos gestos son involuntarios. No forman parte de ningún plan, sino que surgen espontáneamente y sin premeditación, fruto del amor que uno no siempre sabe categorizar (porque si algo ha aprendido uno es que cualquiera se aclara con ocho tipos de amor y un solo amor completo).

A veces uno tiene la sensación de que aunque da mucho, recibe también mucho. Y siente que muchas veces recibe de los demás más de lo que se merece. Quizás porque recibe de otros más de lo que lo que estos creen entregarle. Y entonces piensa uno que quizás las personas de su entorno se entregan de un modo tan incondicional, de una forma tan gratuita e inconsciente, que ni siquiera ellos son conscientes del amor que envuelve cada una de sus "nimiedades". Y es por eso que uno valora mucho las imágenes, vivencias, gestos, saludos de buenos días,  y abrazos y caracolas que uno recibe a lo largo de la semana. Porque las caracolas sirven para oír el sonido del mar y poder dormir tranquilo. 

A veces uno piensa que no importan los por qués ni las consecuencias, ni el futuro ni la incertidumbre, ni los miedos ni el destino, sino que importa el camino. Porque cuando uno se va a la cama a una hora capicúa y evalúa lo que recibe y entrega siempre piensa que el intercambio no importa. Porque no hay balanzas para medir lo que se da ni lo que se recibe. Porque no solo importa la cantidad. Sino también las circunstancias que veces rodean cada gesto. Y cuando uno se va a dormir y piensa en la noche anterior, uno piensa que todo lo que se comparte con algunas personas tiene lugar desde el corazón una flor domesticada. Y siempre piensa que un corazón así es un corazón blanco. Y piensa que si ese corazón cree que recibe cosas, es porque también las da. Y entonces sonríe, porque está junto a alguien a quien puede dar algo, y de quien recibe algo. Y entonces uno piensa que no importa el futuro ni hacia dónde conduzca esa entrega... 

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