lunes, 13 de febrero de 2012

Nunca te dije que tengo una piedra volcánica con la que el viento nos llevará

A pesar de que luce el sol, hace frío. El viento azota mi cuerpo. Me tambaleo y me muevo de un lado a otro. Mis gafas han salido volando con una ráfaga fría y ahora las busco, palpando el suelo de arena blanca donde me encuentro. Las encuentro por fin y me las pongo. Miro al horizonte. A cada poco, hay dunas. La playa parece un desierto. La playa... susurro inconscientemente. Fijo la mirada en el mar y las olas. El Atlántico es de aguas frías como mi cuerpo, que muere congelado si no tiene tu calor. La orilla, suspiro. Debería ahora tumbarme en la orilla y dejar que las olas me lleven. Si existe la casualidad me arrastrarían a tu lado...

Camino por la playa y el pie se hunde en la arena. Odio que mis pies se llenen de arena cuando estoy vestido de calle. Es una estúpida manía, pero si uno quiere llenar sus pies de arena ha de ir en bermudas, no en pantalón vaquero. La arena...

Me conoces, porque quiero que me conozcas, me has dicho. Y es una de las mejores cosas que has hecho, me defiendi yo, de modo inconsciente y rápido. Porque siempre que hablas respondo de modo rápido y a veces me precipito a decir más cosas de las que quizás debería. El dejar que te conozca. Creo que ha sido de las mejores cosas de mi vida. Y espero que también lo veas igual. A pesar de todo lo que pasó. A pesar de todo lo que pasará

La arena entra en mis ojos. El viento azota ahora con más fuerza. Busco refugiarme de este temporal y dirijo mis pasos a un lugar empedrado, detrás de una casucha blanca. El suelo en esta parte de la isla está formado por las rocas de un volcán que erupcionó hace siglos. Tienen formas extrañas y un inusual color marrón parduzco, que también es negro carbónico y seductor, como lo son tus ojos. Cojo tres piedras y las acaricio. Evalúo la opción de tomarlas conmigo hasta la península. Al final las meto en el bolsillo, con la intención de regalarte una. Quisiera que acariciases esta misma piedra que yo tengo en mis manos. Y que la guardes como la piedra volcánica que es: fuerte y dura, sin dobleces... Como una piedra volcánica que recuerda la explosión en la galaxia. Como una piedra que tuve conmigo en Lanzarote, mientras la orilla de la playa me recordaba a un hombre vestido de blanco.

Sé que en realidad es improbable que un día nos veamos y que pueda entregarte esa piedra. Siento que nunca voy a atreverme a darte algo así. Toma, este soy yo. Y esta es la piedra que era roca y que llegó a salir al mundo con el calor volcánico. Pienso que jamás voy a decirte eso. Jamás preguntarte dónde puedo mandarte una piedra volcánica. Aunque me gustaría hacerlo. Aunque sepa que hay algo que nos conecta. Aunque sepa que otorgarías a esa piedra el valor de una gema preciosa, de un diamante único e irrepetible. 

Disminuye la temperatura así que me refugio en el coche. Sostengo en una de mis manos las tres piedras. Y en la otra tengo ahora mi teléfono móvil. Leo entonces un mensaje tuyo. No puedo evitar una sonrisa al leer tu recomendación: Si ves que te lleva el viento, métete piedras en los bolsillos. Y entonces pienso que que si tú estuvieses aquí, y el viento diese en tu cuerpo, yo no te diría que te metieses piedras en los bolsillos. Te diría que te pusieras firme. Y entonces te daría un abrazo y tú a mí un beso de metralleta. Y nos apretaríamos muy fuerte, dejando que el viento nos llevase a los dos hasta hacernos desaparecer en la tormenta de arena. El viento nos llevará...



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